DEJATE ARROPAR POR EL ENCANTO DE CHORONI
El ruido inminente del despertador, dio señales de levantarse, con el correr del tiempo se acercaba la hora de partida hacia Choroní, y descubrir el encanto que envuelve, a este pedacito de Venezuela.
Impaciente y ansiosa aguardaba a la espera, cuando se vislumbra a lo lejos el brillo de los faros, era el carro que abordaría para iniciar el viaje. La emoción galopaba entre todos, Sheila y José hacían ecos de sus experiencias en visitas pasada a Choroní, los que aún no conocían el destino preguntaban incesantes sobre lo más hermoso del pueblo.
Tomaron la regional del centro, lleno de carros y cola que bajaba los ánimos de José, los vendedores de chucherías y cd quemaditos golpeaban los vidrios, ofreciendo sus inigualables productos, faltaba unas dos horas de recorrido.
Al llegar al Estado Aragua, José tomó vía las delicias para subir por el Castaño, hay que atravesar las imponentes y seductoras montañas del Parque Henry Pittier. La carretera estrechita y con muchas curvas. José frenaba el carro para dar paso a los autobuses, que tocaban corneta solo demandaban prisa.
La vegetación envolvente jamás hace pensar que una vez pasado el espeso bosque nublado, en la parte más alta se abre sigilosamente un pueblo con playas de ensueño.
Después de la travesía apacible, silenciosa, rodeada de selva y el olor fresco de la vegetación, entras al pueblito con su espectacular arquitectura colonial. Variadas casonas antiguas; sus pobladores ni siguieran se asoman a la ventana, plazoletas y pequeñas bodegas que datan de fechas memorables, donde la gente parecía que se pierde en el tiempo, finalmente te sumerges en Puerto Colombia donde el contraste es exageradamente radical.
Puerto Colombia se une al pueblo a través de una franja de asfalto que bordea el río principal de la localidad. Calles angostas, un sinfín de gente en el malecón, tienditas playeras exhibiendo la última moda, los kioscos de empanada donde se puede degustar desde la tradicional de carne mechada hasta las operadas de camarón y , los lancheros gritando a todo pulmón las tarifas para ir a las playas.
Continuamos hacia La Boca el puerto, nos guio un lanchero apodado el Chimeneao. Ahí estaban los peñeros, aglomerados unos tras de otros, quedamos sorprendidos nuestra vista no se apartaba del botadero de basura, tripas de pescado, potes de aceite de motor, redes y el olor a podredumbre que no contrarrestaba con el paradisiaco mar a expensas del puerto.
Abordamos el peñero hacia Playa Grande, bella, enorme salvaje y fresca, digno escenario para la filmación de una película tropical. Si tu presupuesto es corto, y no te alcanza para pagar una posada, puedes acampar en la playa, solo que no cuentas con servicios básicos, los pobladores de la playa venden comida baratísimas y hasta te ofrecen el combo del día.
Disfrutamos todo el día en la playa, como Sheila y José conocía el lugar, llevamos refrigerios y comida, además de juegos de cartas y raqueta, ya que no existen paseos en moto de agua ni nada parecido. Entrada la tarde Chimeneao nos recogió a orillas del muelle rumbo a Puerto la Boca.
Al llegar al puerto, se escuchaba el sonido del tambor, provenía del malecón, inmediatamente fuimos hasta allá, nos dejamos seducir por el golpe de tambor acompañado de la guarura, nuestros cuerpos no dejaron de contonearse con el ritmo del baile negro. Terminada la danza nos dirigimos a la posada Casa Grande, hace honor a su nombre grande como una sábana, sin dejar de ser acogedora.
Quedamos arropados con la magia de Choroni es un paraíso perdido entre montañas, solo falta el cariñito de las autoridades y, así hacer de Choroni un destino placentero y accesible para todos.
Carla Perales
Me gusta Choroni, sus bellas playas, la gente es cordial y agradable, pero abandonado sobre todo en el puerto es un caos para estacionar el carro y la basura abunda, no todo puede ser perfecto.
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