miércoles, 22 de junio de 2011

Una aventura turística gastronómica
por Miranda y Anzoátegui
                Hace poco tiempo realicé un viaje al oriente del país, un recorrido que hago cada mes para visitar a mi familia en El Tigre y sobre todo para visitar a mi abuela que últimamente no se siente muy bien. Nunca imaginé que un transcurso tan accidentado sería tan divertido y sabroso como el que viví en semana santa.
            El día del viaje reviso mi vehículo, un chevrolet caprice del 85, para verificar si sus condiciones para viajar son buenas, mi novia Oriana tan metódica como siempre tiene una lista de cosas que debemos llevar y la chequea una y otra vez. Arrancamos de Caracas aproximadamente a las ocho de la mañana, y parecía otro viaje común y corriente, Oriana hablándome de sus problemas con sus hermanos y yo subiéndole el volumen a la música disimuladamente para no escucharla. Cuando íbamos por El Guapo se me ponchó una llanta y por suerte fue cerca de una parada turística, mi chica se baja del carro y una señora le ofrece dulces típicos de la región entre ellos turrón de coco, catalinas (o cucas) y naiboas, ella como dulcera que es se los llevó todos y me ofrecía pedacitos mientras yo cambiaba el caucho dañado por el de repuesto.
            Después de media hora regresamos a la carretera, comienza a llover y escuchamos por la radio que alrededor de Boca de Uchire hay algunas quebradas desbordadas, y que el paso estaba cerrado por los momentos. Al llegar a ese poblado la cola era increíble, no se movía nada, Ori vislumbró un restaurant llamado “Pa’que Luis” y fuimos a comer para no calarnos la cola. Los platos que ofrecían en su menú eran más que todo del mar, lebranche al ajillo, parrilla de tierra y mar, asopado de pescados y  mariscos, sancocho de pescado; yo opté por comer “palo a pique” que es una sopa de costillas salpresas, frijoles vayas, carne y arroz; mi novia eligió un lebranche al ajillo, el cual sólo se comió la mitad y la otra la pedimos para llevar, ella dijo que le encantó el sabor y deseaba comérselo completo pero la dieta no se lo permitía.
            De vuelta al camino ya la cola se había disipado y un tractor despojó los escombros que dejaron las quebradas, ya con todos estos contratiempos eran las 3 de la tarde, estábamos muy retrasados por lo que decidí conducir a mayor velocidad, pero para nuestra desgracia empezó la lluvia nuevamente y según la radio un camión se volteó en la carretera de Puerto la Cruz y Anaco. Otra vez en cola, Oriana estaba sudando y yo también, en ese momento lamenté no haber arreglado el aire acondicionado pero apareció un joven entre los carros vendiendo bebidas frías. Nosotros lo llamamos y le compramos dos vasos de guarapo con papelón y de agua de coco, no se imaginan lo refrescante que se sintió en el momento, también le compramos dulce de lechosa y dulce de merey. Luego de dos horas retiran el camión y de nuevo se restablece el paso, en ese momento ya estábamos saliendo de Anaco, faltaba poco para llegar a nuestro destino.
            Llegando a El Tigre mi caprice se quedó accidentado, creo que tanto tiempo en el tráfico le pasó factura a mi carro. Llamé a una grúa y al fin nos llevaron a Casco Viejo, lugar donde reside mi familia allá, después de saludar a mis primos y tías entré al cuarto de mi abuela, Ori le ofrece algunos de los dulces que compramos  ella los acepta  y comenta: “me han traído los dos mejores dulces del Estado Miranda y los dos mejores de Anzoátegui, no sabía que tu novia es tan dulcera como yo”. Era la primera vez que mi abuela veía a Oriana y le calló muy bien, definitivamente se la ganó con esos dulces. Después de un día de viaje tan largo y una sopa de mondongo que hizo mi tía de cenar, únicamente nos restaba irnos a descansar al cuarto de visita.
Wister Dávila

Las raíces olvidada de nuestra música venezolana

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