Dime con qué juegas y te diré quién eres.
Es sencillo dejarnos envolver por la magia que transmiten los videojuegos. Nos transportan a otro mundo sin necesidad de siquiera movernos. Adoptamos la identidad de un personaje ficticio, cuya única misión es llegar a la meta deseada sin importar a cuántos tengamos que matar o cuántas veces tengamos que morir; pues sabemos que el mundo virtual siempre ofrece más de una vida. Si existe alguna perturbación en el ambiente ideal pues guardamos los cambios en la memory card, pues de lo contrario aparecerá en pantalla el tan temido “GAME OVER”.
Aunque divertido suena, la realidad es que es más monótono que cualquier otro juego. Nos aleja de la realidad y del contacto directo, del compartir que se asume al ser cómplices en un juego de mesa, de las risas en común, de los valores que se involucran, de los recuerdos que toda la experiencia nos deja, y sobretodo de nuestras destrezas reales, que son las que verdaderamente nos hacen aprender.
Me sorprendió la venta de perinolas en la autopista. Y más que eso: que fueran compradas. ¿Qué vendedor se atrevería a luchar contra un mercado minado de tecnología arriesgándose a perder su inversión?
Probablemente ése que apuesta a que muchos reviven su niñez en un juguete tan sencillo, tan nuestro, tan tradicional y cultural como lo es “La perinola”.
Pude advertir que parte de su estrategia era exhibir lo divertido que muchos dudan que pueda resultar la actividad.
Mostraba trucos que le sacaban sonrisas a los motorizados que pasaban sin detenerse (pues no está en su naturaleza), también hacía a los niños dejar lo que estuviera en sus manos, y llenos de curiosidad asomar la cabeza por la ventana a pesar de las anteriores prohibiciones de sus padres, que esta vez estaban igual de distraídos con el habilidoso vendedor.
Me di cuenta de que no había forma de perder, pues grandes y pequeños se proponían imitar los trucos para mostrarlos en público. En el raro caso de no vender, su show era valorado con propinas y aplausos. Fue el éxito de ese tramo de la autopista y el motivo de la cara alegre de los que lo presenciaron aquella mañana soleada.
Seguramente, mi padre tenía razón cuando me explicaba que la perinola tenía su ciencia, su estrategia, pues notaba que ya los niños no conservan estas costumbres.
Replicaba que antes el ingenio era más, pues a falta de tecnología no queda más que la imaginación, y que las carencias como sabemos sacan lo mejor de nosotros.
¿Que cómo está compuesto?
Pues, se trata de sólo tres piezas: Unos centímetros de pabilo, un mango y una cabeza de madera hueca.
En el pasado se construía de forma artesanal, con latas vacías y palos o tallando las partes de madera.
Actualmente se utiliza plástico para reemplazar a la madera y al mismo tiempo permite una mayor diversidad de colores y diseños llamativos.
¿Cómo se juega?
El propósito es lograr acertar la base en el mango, deberás agitando las manos hacia arriba y hacia abajo, en dirección a la base. Luego, se intenta sacarla con el impulso hacia arriba y la ayuda de uno de los dedos que agarra el mango, verás que aunque parece fácil no tan rápidamente te logras convertir en un experto.
Los orígenes en Venezuela de este singular juguete se dan en el edo. Zulia.
Se dice que existían competencias en la plaza Bolívar entre niños, y entre adultos, se disputaban la atención de las chicas de esta manera, entonces así el ganador no sólo era considerado el más ágil con la perinola sino que además era el afortunado en salir con la Dama.
Lo que se busca dudo tenga que ver con este tipo de cortejo. Es más bien enseñar a nuestros niños que si bien es divertido jugar con artefactos de moda y super elaborados, existe una manera de recrearse y aprender que Venezuela tiene cultura hasta en lúdicamente.
Algunos niños desconocen, lo que es un trompo, perinola o juguete tradicional, pero ¡vamos! Haz el intento de mostrarles cómo funciona para que veas lo maravillado que queda y como se convierte en su juguete preferido.
Actualmente es común ver en los pueblos competencias de perinolas. Esto, con la finalidad de no dejar perder la cultura entre los juegos también. ¿Será que en Caracas llegó para quedarse? O ¿Sólo será una moda pasajera?
Diana Martínez
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